Los dos enfermos

Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. La cama de uno de ellos daba a la única ventana de la habitación. Su compañero, pegado a la puerta, estaba completamente inmovilizado, sin ni siquiera poder girar el cuello para mirar a través de ella. Cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana. La ventana daba a un parque con un precioso lago, patos y cisnes que jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la silueta de la ciudad. Mientras el hombre de la ventana describía todo ésto con detalle exquisito, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba las idílicas escenas. Así pasaron días y semanas.

Una mañana, cuando la enfermera de turno entró al cuarto para bañarlos, encontró el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Ansioso por tener unas mejores vistas, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama del lado de la ventana. La enfermera le cambió encantada y, le dijo que le ayudaría a colocarse de forma que pudiera ver algo. Lentamente y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior en muchas semanas. Un pequeño esfuerzo más y lo conseguiría… Encontrada la posición, se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana… y se encontró con la pared de un edificio contiguo.

El hombre, desconcertado, preguntó a la enfermera qué podría haber motivado a su compañero el describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo:

«Su compañero era ciego, ni siquiera sabía que enfrente había una pared. Está claro que lo único que pretendía era animarlo a usted».

El falso maestro (Anónimo hindú)

Falso maestro (lobo con piel de cordero)

Era un renombrado maestro; uno de esos maestros que corren tras la fama y gustan de acumular más y más discípulos. En una descomunal carpa, reunió a varios cientos de discípulos y seguidores. Se irguió sobre sí mismo, impostó la voz y dijo:

-Amados míos, escuchen la voz del que sabe.

Se hizo un gran silencio. Hubiera podido escucharse el vuelo precipitado de un mosquito.

-Nunca deben relacionarse con la mujer de otro; nunca. Tampoco deben jamás beber alcohol, ni alimentarse con carne.

Uno de los asistentes se atrevió a preguntar:

-El otro día, ¿no eras tú el que estabas abrazado a la esposa de Jai?

-Sí, yo era -repuso el maestro.

Entonces, otro oyente preguntó:

-¿No te vi a ti el otro anochecer bebiendo en la taberna?

-Ése era yo -contestó el maestro.

Un tercer hombre interrogó al maestro:

-¿No eras tú el que el otro día comías carne en el mercado?

-Efectivamente -afirmó el maestro. En ese momento todos los asistentes se sintieron indignados y comenzaron a protestar.

-Entonces, ¿por qué nos pides a nosotros que no hagamos lo que tú haces?

Y el falso maestro repuso:

-Porque yo enseño, pero no practico.

* Así somos muchas veces los cristianos, incluso los que realizan actividades pastorales. No basta predicar la fraternidad universal y la filiación divina con hermosas .y tantas veces vacías- palabras, el testimonio cotidiano ha de hacer exclamar a los paganos: ¡Mirad cómo se aman!

El relojero (Mamerto Menapace, OSB)

 

De esto hace mucho tiempo. Época en la que todavía todo oficio era un arte y una herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.

Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía más que los otros, porque todos eran necesarios.

Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que seguramente se sabría de un momento al otro.

Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la hora exacta.

Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia, cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.

La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.

-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.

Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir amontonando sobre él otras cosas que también iban a para al mismo lugar de descanso.

Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya no estaba, y esto sucedía desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.

Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón, para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía religiosamente el gesto.

Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.

Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.

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Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.

La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.

La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.

Mamerto Menapace, OSB – Publicado en el libro Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande.

oración en familia

Guía para el trabajo pastoral con el cuento El relojero por Marcelo A. Murúa
Lectura
Realizar la lectura del cuento en grupo. Es importante que todos los presentes tengan una copia del texto. Se pueden ir turnando dos o tres personas para leer el cuento en voz alta.
Rumiando el relato
Al terminar la lectura entre todo el grupo se reconstruye el relato en forma oral (se lo vuelve a contar).
¿Qué sucede en el relato?
¿Qué pasa cuando el relojero se marcha?
¿Cómo actuaron las personas ante la falta del relojero?
¿Qué sucedió al regreso del relojero?
Descubriendo el mensaje
Hacia el final del cuento se compara la oración con la actitud de la persona que había mantenido funcionando su reloj, ¿por qué?
Releer el último párrafo del cuento, compartir las características de la oración que allí se mencionan, ¿qué pensamos? ¿cuál es nuestra experiencia?
¿Qué lugar ocupa la oración en nuestra vida? Compartir cómo oramos, de qué manera, cuándo…
Compromiso para la vida
Sintetizar en una frase el mensaje del cuento para nuestra vida.

+ AA Juan Pablo II sep. 2004 BIS

Mamerto Menapace OSB, con San Juan Pablo II en 2004

Daniel Marguerat, Parábola (Cuadernos Bíblicos, nº 71)

 

 DanielMarguerat     Parabola_Marguerat

Siguiendo después de varios meses de mutismo con nuestra tarea de divulgar las parábolas y, por extensión, multitud de relatos de intención didáctica, presentamos hoy un librito de poco más de sesenta páginas, perteneciente a la colección «Cuadernos Bíblicos» -es el número 75-, publicada por la editorial Verbo Divino. El ensayo que presentamos hoy fue publicado en 1992. Su autor es Daniel Marguerat, renombrado biblista francés.

Daniel Marguerat en Wikipedia (en francés): http://fr.wikipedia.org/wiki/Daniel_Marguerat

Editorial Verbo Divino: http://www.verbodivino.es/

Aunque el texto completo es de fácil acceso en la red, dejamos aquí la presentación y el índice, por si resulta de interés para la reflexión y el análisis.

Invitación al viaje

Parábola. ¿Qué es lo que tienen esas historias tan sencillas para dar que hablar de ellas después de veinte siglos? Porque todavía siguen hablando; y en nuestra lengua, el término «palabra» viene de parábola. De todas las formas del discurso de Jesús, es ésta la que ha conseguido mayores éxitos.

La parábola es simple, eterna, evidente. Pero una mirada insistente la hace parecer compleja, contingente y abierta a múltiples sentidos. Las dos miradas son verdaderas: la parábola se entrega inmediatamente y sigue impresionando hoy al lector con el mismo vigor de antaño; al mismo tiempo, la parábola va irremediablemente ligada a la Palestina de los años 30, reproduciendo su atmósfera y su vida cotidiana.

El viaje al que os invita este cuaderno tiene la finalidad de situar las parábolas en el diálogo vivo entre Jesús y sus interlocutores, en donde nacieron, y al mismo tiempo mostrar cuáles son los resortes que dan a la imagen que presentan una fuerza todavía intacta en nuestros días.

La primera parte atiende a la forma del lenguaje: Jesús, narrador de imágenes. Esta forma de lenguaje oculto, que habla de Dios sin mencionarlo, la ha sacado Jesús de los rabinos de su tiempo; su aparente claridad es una trampa, ya que dice tanto como oculta (p. 8-12). ¿Cómo definir la parábola? Es o comparación o metáfora; se apoya en la evidencia o sorprende por su extravagancia (p. 12-16). La parábola es un relato: su construcción minuciosa obedece a un verdadero arte de narrar, cuyas reglas se pueden establecer (p. 17-20). Desde su origen, se la ha reconocido como una palabra abierta a una realidad que ha de decirse; pero ¿cómo llegar a ese «otro sitio» al que se invita al lector? Veinte siglos de lectura de la parábola han explorado caminos diversos (p. 21-26).

La segunda parte sitúa la parábola en el juego de la comunicación. Se comprueba aquí que la parábola, lejos de ser una historia para distraer, participa de un juego muy serio: mantener una comunicación a punto de perderse. Un relato de Lucas permite reconstruir la forma como Jesús, por una especie de descentración, utiliza la parábola para salvaguardar el diálogo con sus interlocutores (p. 27-30). Así la parábola se inscribe en una trama relacional, y en esa trama es donde ocupa su lugar la llamada que encierra (p. 30-32). Su poder reside también en su capacidad de movilizar la fuerza persuasiva de la experiencia (p. 33-36). Pero sucede que en el interior mismo del relato se incrusta un diálogo en el que se refleja, como en un eco, el intercambio de Jesús con sus interlocutores (p. 37-40). 

La tercera parte está consagrada a las parábolas del reino. Las que suelen llamarse parábolas del crecimiento señalan con fuerza la promesa de esplendor ligada a los comienzos humildes (p. 41-45). Pero el reino asoma también a través de parábolas «extravagantes», que hacen surgir lo insólito en el marco cotidiano de la gente e incitan al lector a un cambio de perspectiva sobre su realidad (p. 45-52). Otras invitan a la vigilancia: el reino de Dios llegará imprevisible, desconcertante, y su venida derribará las certezas más sólidas (p. 52-53).

La cuarta parte traza el camino que lleva de Jesús a los evangelios. Un camino de cambio y de novedad, en donde la parábola se emancipa y se gana un público nuevo (p. 54-57). Sin embargo, en ese camino en que se afirma su poder creativo, la parábola conoce un destino variable según los evangelios (p. 57-61). Se la sigue reconociendo, sin embargo, como una forma irreductible de comunicación del evangelio, cuyo autor, Jesús, fue reconocido progresivamente por los primeros cristianos como «la parábola de Dios» (p. 61-63).

Índice del contenido:

 nvitación al viaje                                                                     5

Jesús, narrador de imágenes                                             6

Parábola, lenguaje oculto                                                        8

La parábola es un relato                                                         12

El arte de contar                                                                      17

Veinte siglos escuchando parábolas                                        21

El juego de la comunicación                                                27

Escándalo en casa de Simón el fariseo                                    28

Una estrategia de diálogo                                                         30

La fuerza persuasiva de la experiencia                                     33

Una palabra en la parábola                                                       37

Parábolas del reino                                                                41

Las parábolas de crecimiento                                                    42

Conflicto salarial en la viña                                                        45

El lenguaje del cambio                                                               49

Las parábolas de crisis                                                               52

De Jesús a los evangelios                                                     54

La parábola se emancipa                                                           54

Un destino variable según los evangelios                                   57

Jesús, parábola de Dios                                                              61

Para proseguir el estudio                                                            64

Parábolas citadas                                                                       65

Recuadros                                                                                  66

¡El Hijo, el Hijo! ¿Quién se lleva al Hijo?

subasta

Un hombre rico y su hijo tenían gran pasión por el arte. Tenían de todo en su colección, desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo, padre e hijo se sentaban juntos a admirar las grandes obras de arte.

Cuando el conflicto de Vietnam surgió, el hijo fue a la guerra. Fue muy valiente y murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado. El padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo. Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien tocó a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos le dijo al padre: “Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. El salvó muchas vidas ese día, y me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, muriendo así instantáneamente. El hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte.”

El muchacho extendió el paquete: “Yo se que esto no es mucho. Yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.”

El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo pintado por el joven soldado. El contempló con profunda admiración la manera en que el soldado había capturado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su hijo que los suyos
propios se inundaron de lágrimas. Le agradeció al joven soldado y ofreció pagarle por el cuadro.

“ Oh no señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo.”

El padre colgó el retrato arriba de la repisa de su chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería.

El hombre murió unos meses más tarde y se anunció una subasta para todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante y de influencia acudió con grandes expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección.

Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo. El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta. “Empezaremos los remates con este retrato de el hijo. ¿Quién ofrece por este retrato?” Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación gritó: “¡Queremos ver las pinturas famosas! ¡Olvídese de ésta!” Sin embargo el subastador persistió: ¡Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿$100.00 dólares? ¿$200.00 dólares?”

Otra voz gritó con enojo: “¡No venimos por ésta pintura! Venimos a ver los Van Goghs, los Rembrants. ¡Vamos a las ofertas de verdad!”

Pero aun así el subastador continuaba su labor: “¡El Hijo! ¡El Hijo! ¡¿Quién se lleva El Hijo?!

Finalmente, una voz se oyó desde muy atrás del cuarto: “¡Yo doy diez dólares por la pintura!” Era el viejo jardinero del padre y del hijo, siendo éste muy pobre, era lo único que podía ofrecer.

“¡Tenemos $10 dólares!, ¡¿Quién da $20?!” gritó el subastador.

“¡Dásela por $10! ¡Muéstranos de una vez las obras maestras!” dijo otro exasperado.»

“¡$10 dólares es la oferta! ¡¿Dará alguien $20?! ¿Alguien da $20?”

La multitud se estaba poniendo bien enojada. No querían la pintura de El Hijo. Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo: “Va una, van dos, ¡VENDIDA por $10 dólares!”

Un hombre que estaba sentado en segunda fila gritó feliz: “¡Ahora empecemos con la colección!”

El subastador soltó su mazo y dijo: “Lo siento mucho damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final.”

“Pero, ¿qué de las pinturas?”

“Lo siento. Cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me dijo de un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta estipulación hasta este preciso momento. Solamente la pintura de EL HIJO sería subastada. Aquel que la comprara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. ¡El hombre que compró EL HIJO se queda con todo!

Reflexión:

Dios nos ha entregado a su Hijo quien murió en una cruz hace 2,000 años. Así como el subastador, su mensaje hoy es: «¡EL HIJO, EL HIJO, ¿QUIÉN SE LLEVA EL HIJO?» Quien ama al Hijo lo tiene todo.

Mateo 6:33 «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.

Las parábolas del maestro (sobre la interpretación de los textos)

Manzana-golden manzanascortadas

El maestro contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían su sentido…..

– Maestro , lo encaró uno de ellos una tarde. – Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado……

– Pido perdón por eso , se disculpó el maestro. – Permítame que como señal de reparación te convide a una manzana .

– Gracias maestro , respondió halagado el discípulo.

– Quisiera, para agasajarte , pelarte la manzana yo mismo . ¿Me permites?

– Si . Muchas gracias , dijo el alumno.

– Te gustaría que , ya que tengo en mi mano el cuchillo , te la corte en trozos para que te sea mas cómodo….?

– Me encantaría,.. Pero no quisiera abusar de su hospitalidad , maestro…

– No es un abuso si yo te lo ofrezco . Solo deseo complacerte.

– Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…

– No maestro. ¡No me gustaría que hiciera eso! -se quejó sorprendido el discípulo .

El maestro hizo una pausa y dijo:

– Si yo les explicara el sentido de cada parabola… Sería como darles de comer una fruta masticada.

 

Crucifixión blanca, de Marc Chagall, un cuadro que le gusta al Papa Francisco

En el libro El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio, (Ediciones B, Barcelona, 2013; 192 págs.; 15 euros)  reedición de la publicación que en 2010 hicieron Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti al hoy Santo Padre, entonces Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, el Papa habla de este cuadro favorablemente, en una reflexión en torno al dolor humano, que, según él, se vive en plenitud si se une al sufrimiento de Cristo.

Comentarios por Iker Landeta, experto en arte, en audio, en el programa de Radio Euskadi dedicado al arte.

Reseña del libro en El Cultural (29 marzo-4 abril 2013), pág. 23.

Parábolas de Jesús… y de hoy mismo (con el P. Jorge González Guadalix y la señora Rafaela)

En el portal InfoCatólica -sí, ese lugar donde escribe Arqueológico Brutote, ese «antro» dirigido por el inflamable Luis Fernando Pérez Bustamante- hay un blog «atípico» ya desde el título. Se llama De profesión, cura. Un cura no es sólo un «profesional» de la religión, pero tiene que hacer su trabajo (misión) con profesionalidad, es decir, con entrega, con afán de perfección. El «blogger» es un sacerdote de la Diócesis de Madrid, en España, Don Jorge González Guadalix (el de la foto de arriba). Gracias a él muchos aprendimos que la Beata Ana María Mogas también existe. Y gracias a él aprendemos casi cada día muchas cosas sobre cómo ve un sacerdote entregado la vida parroquial y, en general, la vida de la Iglesia.

Hoy vuelve a hablar de uno de sus personajes preferidos, la señora Rafaela. ¿Que quién es esa señora? Pues con este personaje, que reúne características de muchas personas, Don Jorge nos presenta la visión de una anciana de pueblo, de fe sencilla y tradicional, que no traga con «moderneces» así porque sí, que todo lo somete a la prueba de la fe de la Iglesia.

El texto de hoy es toda una parábola de la vida moderna, con una gran capacidad de sugerencias para la meditación y, claro, para la acción, pues no estamos llamados a ser espectadores de la fe y de la vida, sino a poner nuestro granito de arena en las situaciones de este mundo. Os recomiendo su lectura en el blog de Don Jorge, que ya tiene muchas visitas, pero nunca serán demasiadas. Allí se bebe agua limpia siempre. ¡A disfrutar!

http://infocatolica.com/blog/cura.php/1304031239-rafaela-la-mudanza-la-matanza